Bertrand Russell, en su obra Historia de la filosofía occidental, se hace la siguiente pregunta al comienzo del capítulo Liberalismo filosófico: “¿cuál ha sido la influencia de las circunstancias políticas y sociales en los pensamientos de eminentes y originales pensadores e, inversamente, cuál ha sido la influencia de estos hombres en el posterior desenvolvimiento político y social?”. A continuación, describe brevemente las principales características del “primitivo liberalismo”: tolerancia religiosa, importancia del comercio y la industria, subida de la clase media en detrimento de la monarquía y la aristocracia, ensalzamiento del derecho de propiedad, rechazo del derecho divino de los reyes, etc. Existía –continúa- la creencia, más o menos explícita, de que las personas nacen iguales y de que las desigualdades posteriores no eran sino fruto de las circunstancias.
Es decir, y aquí sigo yo, en una determinada época de la historia, en una determinada comunidad de personas, empieza a arraigar la idea de que éstas nacen libres e iguales entre sí. Lógicamente, esta toma de conciencia se desarrolla de un modo paulatino, al estar sometidas dichas gentes a la opresión y a la moral imperante, impuestas ambas por las clases dominantes. Lo importante, sin embargo, es que de un modo espontáneo y natural fue aflorando de manera implícita –esto último es importante- una determinada concepción de la naturaleza de las personas, la cual determinaba decisivamente cómo debía ser su relación con los poderes establecidos. Es en este tipo de contexto en el que, por ejemplo, John Locke desarrolla su filosofía política, siendo el pilar fundamental, en mi opinión, la naturaleza libre del hombre –las mujeres no contaban ni nominalmente-, anterior a cualquier poder terrenal. De ahí se derivaría la necesidad del consentimiento de los gobernados sobre los gobernantes; la teoría de la división de poderes –ejecutivo, legislativo y judicial-, a fin de que no se acumulara demasiado poder en pocas manos y su intensa –para no pocas personas, dogmática- defensa del derecho de propiedad.
Evidentemente, es ésta una referencia extremadamente sucinta al pensamiento político de Locke, pero útil para la idea que pretendo señalar: lo que él hace no es sino analizar, clarificar y sistematizar una serie de ideas que, poco a poco, iban tomando cuerpo en capas cada vez más amplias de la sociedad. Es así como se pasa de una serie de ideas más o menos explícitas, más o menos implícitas, no del todo ordenadas, a un cuerpo doctrinal coherente. El quid de la cuestión, en mi opinión, sería el porqué. Es decir, ¿por qué sucede así y no de otro modo?, ¿por qué se pasa de lo implícito a lo explícito, de lo desordenado a lo sistemático? Lo que Locke hace, como otros muchos pensadores, es reflexionar sobre la naturaleza de las personas, sobre los fundamentos a partir de los cuales se ha –debería- de desarrollar su existencia. A continuación, desarrolla lo que, en su opinión, serían las consecuencias necesarias de dicho estado de cosas: consentimiento de los gobernados, división de poderes, etc. Como, partiendo de una idea base, de una premisa, desarrolla una reflexión a partir de un proceso lógico, el resultado es un todo en el que las partes son consistentes entre sí –esto último lo señalo como ejemplo, pues el pensamiento de Locke puede ser inconsistente o fallido para algunas o muchas personas; en mi caso, no todo lo que he leído me convence-. Asimismo, como trata de analizar y clarificar todas y cada una de las partes de dicho todo- que lo consiga, insisto, es otra cuestión-, el resultado es la explicitación de una serie de elementos político-morales. Todo esto, claro está –y él lo sabía-, con las reservas necesarias ante el hecho de que el ser humano no está en disposición de ofrecer verdades absolutas, al menos no en la inmensa mayoría de las cuestiones –esto último es “mío”, desconozco lo que pensaba Locke al respecto-.
Pensemos ahora, dando un salto en el tiempo, en dos personas que conversan apasionadamente sobre una subida de impuestos decretada por el gobierno de turno. Dejando a un lado los factores contingentes que podrían rodear a dicha medida (eficacia recaudatoria de la misma atendiendo a variables técnicas y económicas, cuestiones competenciales, etc), dichas personas discuten sobre la justicia o no de la carga tributaria en cuestión, es decir, plantean el hecho de si es justo o no que determinado sector de la población aumente su aportación al estado en beneficio de otro sector de la población, que quedaría exonerado de dicho incremento fiscal. Aun en el caso de que jamás hayan leído a Rawls, Hayek, Proudhon, Marx, Rothbard, etc., están defendiendo su postura en función de una concepción personal del alcance de la propiedad privada y de la legitimidad o no del estado para recaudar un determinado nivel de impuestos-o un nivel cualquiera-. Dicha concepción podrá ser más o menos explícita, más o menos coherente, atendiendo al conjunto de atribuciones-o ninguna- que le reconozcan al estado, pero indudablemente la tienen.
Volviendo a Locke, el proceso brevemente descrito, de clarificación básicamente, no es sino reflejo de lo que considero el objeto primordial de la filosofía, opere en el campo que opere: una reflexión sistemática sobre los fundamentos de la realidad en todas sus manifestaciones: el hecho moral, político y social; la relación entre sujeto y objeto, entre ser consciente y mundo exterior; los límites del conocimiento empírico y de la ciencia; la naturaleza del conocimiento lógico y de las matemáticas; la relación entre realidad, pensamiento y lenguaje, etc. Considero que la filosofía es, ante todo, un proceso de clarificación, de esclarecimiento de determinadas cuestiones. No obstante, no se trataría de un esclarecimiento en el sentido que le confirió Wittgenstein en el Tractatus, es decir, no sería una aclaración de las proposiciones de las ciencias naturales, que el pensador austríaco consideró en dicho ensayo las únicas sobre las que se podía decir algo con verdadero sentido. No, la filosofía tiene un objeto propio, existen las proposiciones propiamente filosóficas, existen cuestiones netamente filosóficas sobre las que podemos decir cosas con sentido y, esto es lo más importante, dichas proposiciones con sentido pueden ser contrapuestas a otras, produciendo dicha pugna verdadero conocimiento. Cuestión diferente es qué tipo de conocimiento es el conocimiento filosófico, y cuestión diferente también es qué tipo de condiciones se han de cumplir para que se produzca dicho conocimiento.
Sabemos por la ciencia que todo lo que existe en el Universo tiene un mismo origen, una causa última. Es decir, existe una realidad que ha ido evolucionando a partir de un acontecimiento originario. Esto es lo mismo que decir que el Universo no se compone de diferentes realidades que coexisten en función de cierto estado de cosas, sino que todo lo que existe conforma una única realidad. Es por ello que carece de sentido hacer una distinción entre diferentes “mundos”: mundo material, mundo mental, mundo cultural… Todo forma parte de “lo mismo”. Diferentes planos de una misma realidad en la que no existen compartimentos estancos. Un continuo ontológico, en palabras de John R. Searle. Para poder encajar dicha unicidad con la diversidad y variedad de entes, considero fundamentales los conceptos de emergencia y sustantividad, es decir, a partir de una serie de elementos constitutivos, “emerge” un ente con sustantividad propia, que pertenece a un plano de la realidad diferente al de dichos elementos. Dicha sustantividad propia permite que lo emergente sea autoexplicativo, total o parcialmente, dependiendo del sistema de referencia que escojamos. Ejemplos de esto sería la mente respecto de los procesos cerebrales y lo social respecto de los estados mentales.
Imaginemos que desconozco por completo las reglas del ajedrez y que le pido a un amigo que me enseñe a jugar. Básicamente, tendrá que explicarme cómo se mueve cada pieza, el sistema de turnos y cuándo una de las partes gana o cuándo se producen tablas. Imaginemos ahora que yo vengo de una civilización remota, sin ningún contacto con la nuestra y con una concepción de las cosas totalmente diferente. Seguramente, si me dieran la explicación antes señalada, sería claramente insuficiente, pues antes de explicarme las reglas del juego, tendría que asimilar el concepto de juego de tablero, la idea de que existen unos movimientos tasados, unas reglas y, en última instancia, la noción de ganar o perder. Enlazando con lo anterior, diré que el ajedrez es, o no, totalmente autoexplicativo en función de nuestro sistema de referencia. Es por esta razón por la que afirmaciones como la de Émile Durkheim, “explicar lo social desde lo social”, me parecen en el mejor de los casos, una obviedad, en el peor, un error. Es decir, partiendo de que el hecho social es un fenómeno con sustantividad propia, será autoexplicativo en la medida en que el sistema de referencia sea lo estrictamente social; sin embargo, si circunscribimos nuestro sistema de referencia hasta los elementos constitutivos de dicho fenómeno, no podremos dejar de tener en cuenta los estados mentales de los diferentes individuos que conforman la masa social. Sí es cierto que dicha célebre máxima indica de manera implícita que el hecho social es un fenómeno con sustantividad propia, lo que supuso un gran avance para su época (finales del siglo XIX).
Si, por un lado, considero que el objeto de la filosofía son los fundamentos de la realidad en todas sus manifestaciones y, por otro, que la realidad no da “saltos”, sino que existe cierta unicidad en tanto que hay continuidad, tendré que concluir que la filosofía puede –debe- dar su visión, en función de su método propio y sus herramientas conceptuales, sobre cómo los diferentes planos de la realidad se relacionan entre sí. Dado que diferentes planos de la realidad son tratados por diferentes disciplinas científicas, sociales y humanísticas, y dado que la filosofía ha de dirigir su mirada hacia el sustrato de dicha realidad, aquélla, por un lado, proporcionará el necesario bagaje ontológico para levantar el edificio teórico de una determinada disciplina y, por otro, la inexorable relación, más o menos intensa, más o menos directa, entre diferentes áreas del conocimiento. Como ejemplo de esto último, pensemos en el Derecho, la ciencia política y la sociología. A continuación, reflexiono acerca de: la relación entre legalidad y legitimidad de una norma, el alcance de la libertad individual y el concepto de institución como manifestación específica de los fenómenos sociales. Puedo después poner en relación estos elementos, pues guardan relación, y obtener una visión amplia de cómo las personas se relacionan y obligan entre sí a través de construcciones sociales. Esto nos lleva a la idea de que, de algún modo, existe una relación entre los diferentes tipos de entes, por muy “alejados”que estén en la línea del continuo ontológico. Jonh R.Searle describe de manera gráfica esta cuestión en su ensayo “Mente, lenguaje y sociedad”: cómo se pasa de electrones a elecciones presidenciales.
Otra breve reflexión sobre el alcance del continuo: sólo a partir de una determinada concepción de la relación existente entre sujeto y objeto cobra sentido la perspectiva científica denominada realismo dependiente del modelo: la idea de que una teoría es un modelo de la realidad, el cual será válido sólo en la medida en que sus elementos concuerden con las observaciones. Yendo un poco másallá, son la naturaleza del sujeto y la naturaleza del objeto las que determinan la relación existente entre ambas: ¿por qué el conocimiento científico es “así” y no de otro modo? Es ésta una pregunta que ha de enmarcarse en la reflexión sobre el modo de ser de las cosas y si podrían haber sido de otro modo. Sobre esto último, ¿tiene sentido preguntarse sobre el modo de ser de las cosas? ¿Existe una pregunta “ahí”?
Para finalizar este artículo, señalar que siempre me han llamado la atención dos tipos de proposiciones filosóficas: aquéllas que atentan contra el más elemental “sentido común” y aquéllas que señalan obviedades. Considero que ambas están íntimamente relacionadas, y su razón de ser tiene su origen en un error, básicamente de concepto, sobre el objeto de la filosofía, consistente en querer llevar la idea de la naturaleza última de las cosas más allá del marco lógico (ver la serie de artículos “La debilidad de la filosofía”): las primeras, por ser consecuencia de dicho error; las segundas, como respuesta a las primeras. Ejemplo de las primeras: la libertad es sólo una ilusión, el mundo exterior no existe o la idea de causalidad no es más que mera superstición. Ejemplo de las segundas: las que intentan demostrar, por ejemplo, la falsedad de las anteriores. También percibo otras razones, de índole más mundana, como la arrogancia o el afán de poder, pero aquí entrarían en juego los juicios de valor, por lo que habría que tratar este aspecto con todas las cautelas necesarias.
Añadir comentario
Comentarios